viernes, 3 de abril de 2009
AB IMO PECTORE (“Desde el fondo del pecho”): Se cuenta que los primeros fisiólogos de la historia tenían una vaga idea acerca de en cuál región de nuestro cuerpo se albergaban sus más recónditos sentimientos: todos coincidían en atribuirle al corazón el título honorífico de organum animicus; errada o no esta aseveración, lo cierto es que la poesía también tomó nota sobre estos descubrimientos. Sin dejar de lado – aunque animado por otros motivos – a la filosofía moderna, cuyo testimonio más directo puede leerse aún en
(AB IMO PECTORE: ensayo marginal sobre
¡Mira, hijo, esto lo sé desde hace mucho:
el más grande se come al más pequeño!
Si nos exigiéramos alguna rigurosidad para modificar este hecho, nos toparíamos con dos dificultades: el pasado y los señores. Y como el pasado es una construcción diseñada por una autoridad, hemos de vérnoslas con los señores. Señores que, por herencia, ostentan sus títulos y rangos (desde los legislativos y políticos, incluyendo los sociales y culturales).
Para tratar con ellos, hemos de solicitarles – a manera de sugerencia- cambiar el decurso que nos oprime. Probable sea que éstos, los de arriba, si nos escuchasen atentamente, no dudarían en encontrarnos la razón, pero siempre cometemos el mismo error, el cual, no muchos, toman en consideración. Lo que impide quizás la consecución de nuestras esperanzas no sea la petición en sí, aunque sabemos de antemano que de producirse la apertura, habrá que movilizar tremendas fuerzas histórico/materiales tanto de los señores como de nosotros, sus vasallos; es el hecho de no saber entendernos con ellos. Algunas veces, nuestra humilde petición la damos en un tono suplicante y en ella, los señores dudan con razón, si resulta lícito llegar a acuerdos con seres tan despreciables, carentes de su nivel. En otras, nuestra petición adquiere un matiz cargado de insolencia, frente a lo cual los señores se preguntan si sus vasallos poseen las agallas suficientes para enfrentárseles. Sea de una forma u otra, a los señores no les queda otra opción que mantener el orden para los que fueron delegados por nosotros. En el fondo, el pasado constituye la garantía por la cual los señores hacen valer sus derechos y sobre ella descansa el atemporal muro que nos impide llegar a un acuerdo con ellos.
(DE