viernes, 3 de abril de 2009

ésta es la portada del "sepulturero" 2. Si deseas un ejemplar en cuerpo presente, contáctate con José Miguel, criptico72@hotmail.com

si pudieras expresarlo en la mudez

si cantaran fuertemente los oídos

si el espíritu traspasara su inquietante imagen

¡cómo temblarías, esqueleto mío!

Lanzamiento de la edición nº 1 "el sepulturero",
Casa de Café, Santiago. 4 de septiembre del año
2004.

AB IMO PECTORE (“Desde el fondo del pecho”): Se cuenta que los primeros fisiólogos de la historia tenían una vaga idea acerca de en cuál región de nuestro cuerpo se albergaban sus más recónditos sentimientos: todos coincidían en atribuirle al corazón el título honorífico de organum animicus; errada o no esta aseveración, lo cierto es que la poesía también tomó nota sobre estos descubrimientos. Sin dejar de lado – aunque animado por otros motivos – a la filosofía moderna, cuyo testimonio más directo puede leerse aún en la Quinta sección del Discours de la Méthode cartesiano o en las reflexiones de Pascal. De igual manera a la típica expresión “sacar pecho” para referirnos a los atributos de la valentía y heroísmo que experimenta el ser humano (y que denotan un cierto estímulo propenso a la vida, a la conservación de ella, sobre todo en los casos dramáticos en los cuales esté envuelta), es igualmente digna de atención su contrario: “Para el ser humano que se acerca a la muerte (…) la situación es diferente (…) No percibe la sedimentación de materia en los vasos coronarios, sino que siente un peso sobre el pecho, que solamente conoce él y del que los demás, incluidos sus médicos, no saben nada.” Propensión de la vida la muerte, sin ninguna partícula excluyente o diferencial entre una y otra. Riesgo inevitable, por lo tanto, de escribir acerca de ellas, sin ninguna conmoción en el pecho, bajo la pura abstracción objetiva. Es por eso que la escritura se sitúa en los sujetos genéricos que expresan la vida o la muerte, y sobre ellos se erige toda historia posible. Pero, toda tradición – enseña Marx – no es sino fruto de la eterna querella entre los espectros de los muertos que “oprimen el cerebro de los vivos”. Juan Luis Martínez, en su obra literaria La poesía chilena de 1979, nos invita a sentir dicha opresión, el peso rememorativo, como una invocación, invocación que ya no escribe poesía, sino que la conjura.

(AB IMO PECTORE: ensayo marginal sobre La Poesía Chilena. El Sepulturero n º 2, p 24).

"El Cielo también tiene sus fantasmas" (dibujo nº 4, El Sepulturero 2)

¡Mira, hijo, esto lo sé desde hace mucho:

el más grande se come al más pequeño!

Si nos exigiéramos alguna rigurosidad para modificar este hecho, nos toparíamos con dos dificultades: el pasado y los señores. Y como el pasado es una construcción diseñada por una autoridad, hemos de vérnoslas con los señores. Señores que, por herencia, ostentan sus títulos y rangos (desde los legislativos y políticos, incluyendo los sociales y culturales).

Para tratar con ellos, hemos de solicitarles – a manera de sugerencia- cambiar el decurso que nos oprime. Probable sea que éstos, los de arriba, si nos escuchasen atentamente, no dudarían en encontrarnos la razón, pero siempre cometemos el mismo error, el cual, no muchos, toman en consideración. Lo que impide quizás la consecución de nuestras esperanzas no sea la petición en sí, aunque sabemos de antemano que de producirse la apertura, habrá que movilizar tremendas fuerzas histórico/materiales tanto de los señores como de nosotros, sus vasallos; es el hecho de no saber entendernos con ellos. Algunas veces, nuestra humilde petición la damos en un tono suplicante y en ella, los señores dudan con razón, si resulta lícito llegar a acuerdos con seres tan despreciables, carentes de su nivel. En otras, nuestra petición adquiere un matiz cargado de insolencia, frente a lo cual los señores se preguntan si sus vasallos poseen las agallas suficientes para enfrentárseles. Sea de una forma u otra, a los señores no les queda otra opción que mantener el orden para los que fueron delegados por nosotros. En el fondo, el pasado constituye la garantía por la cual los señores hacen valer sus derechos y sobre ella descansa el atemporal muro que nos impide llegar a un acuerdo con ellos.

(DE LA FUNESTA IDEA DE LLEGAR A ACUERDOS CON LOS SEÑORES. Sepulturero n º 1. p. 6).