martes, 1 de septiembre de 2009

La historia de mi vida (o "todos somos terroristas")



LUIGI NONO: A FLORESTA È JOVEM E CHEJA DE VIDA - .....SOFFERTE ONDE SERENE...

Dentro del escenario de la vanguardia electrónica, el compositor veneciano Luigi Nono ha de considerarse como uno de los más atentos experimentadores del sonido actual. Esta grabación, realizada para la extinta Deutsche Grammophon en 1979, nos introduce no sólo en el universo textual del compositor, sino que también en sus preferencias políticas ligadas a la izquierda y las problemáticas del Tercer Mundo. No en balde, una de sus obras más atrevidas (Como una ola de fuerza y luz, 1974) está dedicada a uno de los fundadores del MIR Luciano Cruz. Para esta grabación, el compositor señala: “La experimentación y la elección de los materiales se efectúan sobre un trabajo de búsqueda común y el análisis crítico de todos sus participantes, teniendo en cuenta tanto sus cualidades técnica y acústicas, como la semántica de los textos.”
Sólo resta por aclarar que todas estas experiencias del sonido concreto y electrónico darán pie para la confección de obras electrónicas en “tiempo real”, lo cual es la tónica más viva de la nueva producción sonora en nuestro tiempo. Dejamos aquí esta grabación íntegra, para los simpatizantes de Nono y también para sus neófitos… puesto que la obra del compositor se precisa de un auditor universal, esté donde esté.

http://rapidshare.com/files/271993236/Luigi_Nono__1979_.rar.html
CONFESIONARIO
(para todos - contra todos).


1. Tarea para el inteligíbile.- De cara a nuestra actual forma de vida, donde priman los intereses más pedestres volcados a la información entretenida y la vulgaridad del ocio dirigido, el oficio del intelectual nuevamente se ha hecho problemático. Quien ante los otros se autoproclama como tal, cae bajo el veredicto de ser sospechoso, es decir, declarase culpable por ser inocente. Si en aquellos horribles días de la dictadura pinochetista, la voz del intelectual buscó asilo, comprometiendo su discurso unido a las aspiraciones colectivas de la oposición, hoy el colectivo humano se ha retirado a sus confortables hogares, para planificar su escuálida existencia diaria, entre el trabajo enajenado y los créditos de consumo. La voz del bienpensante también hubo de modificarse con la sociedad a la que presta sus servicios espirituales: como el eco lastimero de la mascota cuando su amo no le toma en consideración, decidió no quedar a la zaga en colaborar ruinmente con la solapada sociedad fascista que hacemos gala. Y, sin embargo, el eco aquel no se ha retirado de su lengua cuando pronuncia la palabra “humanidad”, cáscara que, al destrozarse, evidencia un prieto fruto, descolorido y sin sabor alguno, no muy distinto del operario o el obrero tras una dosis narcótica. La resaca del intelectual, siendo más fina, le anuncia – sin que éste lo sepa claramente – la incómoda pregunta de saber si su existencia es o no correcta.

Como representante de la clase acomodada, el intelectual siempre hace el cómico papel de traidor de su clase, parecido al del filósofo en matrimonio, dice Nietzsche; juguetea con cierta rebeldía esnobista, un poco a la manera de los personajes que circulan por los libros de Fuguet. Pero esta traición no es en absoluto la más decisiva; el talón de Aquiles para cualquier intelectual que se precia como tal estriba en traicionar o no al nombre propio del que debe su oficio. Intellegibilis es el término latino que indica cierta “claridad expositiva”, la labor de iluminar o apartar de los mantos nebulosos a las cosas donde coloca su mano. En consecuencia, la verdad del intelectual no se encuentra en hablar a voz de cuello a la comunidad ya preformada, sino susurrarles, bajo el tibio hálito de su voz, cual si fuera un secreto, a la comunidad que ha de crear. Antes que confirmar el mundo, anticipar el suyo.

2. La lengua exiliada.– Atrofiado el pensamiento por la premura de responder automáticamente, sin vacilar, su notoria falta se nos manifiesta en el lenguaje. No simplemente porque la brecha entre una lengua culta formal y la cotidiana haya desaparecido; la uniformidad del lenguaje también refleja los pobres intereses con los que la sociedad se identifica. Síntoma más evidente es el reducido campo semántico que empleamos para comunicarnos. De ello, el lenguaje cotidiano no es más responsable de lo que se cree, sino aquella catástrofe a la que la cultura nacional fue sometida en todos sus niveles; por ello, la premura irreflexiva lo es tan propia del potentado hombre de negocios como del cesante. Esta reducción de vocablos, sin embargo, ha extendido sus tentáculos hasta en los círculos donde el lenguaje, al menos en apariencia, debería oponerle resistencia. En la poesía de nuevo cuño la trivialidad y la escena mediática se funden grotescamente con cierto compromiso ideológico de izquierdas. Las supuestas buenas intenciones del segundo quedan estranguladas a los servicios del primero; la poesía no canta por sí misma, sus lectores se tropiezan al declamarla, se pierde la musicalidad inherente y nada sabe de los matices con los que una palabra puede efectuarse en la dicción. Mala escritura porque antes ha devenido de un escaso hábito de escuchar y, en consecuencia, de un pensamiento reactivo, pavloviano que sólo responde a estímulos, pero que rara vez se ha preguntado a sí misma como expresión. Bajo este panorama insípido, sería preferible exiliarnos a las tierras del lenguaje, no sin antes escuchar la poesía que nos rodea; no pocas veces es posible distinguir el canto de un mirlo en medio de las urracas.

3. 11.IX.1972.- Vísperas al cumpleaños, los hombres comunes realizan sus preparativos, ocultando el interés propio bajo la débil coartada de “no acordarse de ellos”. Mi caso es más chocante: desde niño, la fecha me persigue con anterioridad, bajo las formas de espectros, miedos y los mensajes que el fascismo introdujo en la conciencia colectiva a manera de reacciones espontáneas. Al contrario del hombre común, el festejo no indica un año menos, sino la vergüenza de celebrarlo, a sabiendas que esa data secuestró la vida bajo la ignominia. Sin esta aclaración, no se entiende que yo, el festejado, se comporte como un simple invitado de piedra.

El hombre del destino (2 ª versión)



EX LIBRIS

Stéphane Mallarmé: Poésies. Preface de Jean Paul Sartre. Éditions Gallimard, 1966. Pour la préface, Lucien Mazenod, 1952.


Salud.


Nada, esta espuma, versos vírgenes
Que no designan más que una copa
Tan lejana una bandada se nota
Muchas sirenas al revés

Navegamos, ¡Oh mis diversos
Amigos! Yo, sobre la popa
Y ustedes, en lo fastuosos de una copa
Flotan los rayos y los inviernos;

Una ebria belleza me lleva
Su vaivén, sin que lo tema
Lleva en pie este salud

Soledad, arrecife, estrella
No importa cuándo valen
El cuidadoso blanco de nuestra tela.


Generalmente, en el universo de las publicaciones poéticas, una antología no sólo constituye cierta especie de “cuenta saldada” que la cultura realiza ante el escritor, sino que también testifica acaso la cancelación o cierre de la poesía misma. En efecto, toda recopilación dice a sí misma que la tarea ha sido finalizada, que el anonimato del poeta, sus innovaciones y sus mayores aciertos en las letras son ya del dominio público; la anonimia se convierte en biografía documentada, las innovaciones pasan a constituir otro género de expresión poética, y los aciertos son objeto de imitación. En una palabra, el autor antologizado tiene ya – por derecho propio, como también puede ser inmerecido – su determinado espacio social.

Por parte baja, algo de envidia ha de darnos la literaria vida francesa, no sólo en su esteriotipado chiste de ser “cuna de la poesía universal”, sino que en los bienpensantes burgueses aún es el lugar de reconocimiento y pertenencia social (en ese sentido, Bles Gana o “La Fronda Aristocrática” son documentos para analizar). Y, deberíamos sentir esa envidia en mayor medida cuando comparamos nuestras ediciones poéticas de escritores chilenos, con las ediciones de lujo que realizan los franceses sobre los suyos – no todos de procedencia francesa, cabe subrayar. Envidia del papel, de su impresión, de sus datos, de las ilustraciones, de sus notas a pie realizadas por especialistas, etc.. Este caso no es excepción: la conocida editora Gallimard lanza estos pockets con obras sobresalientes de su poética y narrativa y, en el caso de Stéphane Mallarmé, su efecto es, por decirlo cautamente, “contradictorio”. No por las intenciones divulgadoras de esta poética (teniendo en cuenta que su obra, inscrita en el siglo XIX, claramente atiende la problemática de la crisis del pensar y poetizar que caracteriza a las vanguardias posteriores), sino por la no tan sencilla tarea imposible de una antología poética de Mallarmé. El lector profano puede pensar que aquí, una recopilación nunca constituye una medida adecuada sobre el escritor, puesto que siempre cabe la posibilidad de que se ausente un texto, una opinión, un testimonio, un suspiro por el cual sería más deleitable y completa su obra. Pero tampoco es aquí solución una “edición completa” de Mallarmé, pues su obra poética constituye en sí una resistencia destructiva de aquello que denominamos como obra, es decir, un conjunto homogéneo y sin fisuras listos a su publicidad. En otras palabras, la obra mallarmeriana no es un fin en sí misma, sino que es el medio o transporte que debe reflejar la imposibilidad misma de la obra, de su constitución convencional. El poema pasa de su categoría material al estatuto de una idea, pura forma de la expresión (“Si el poeta puede aislar un objeto poético del mundo, es porque ya está sumido en las exigencias de la Poesía; en una palabra, ha sido engendrada por ella. Mallarmé concibe siempre esta vocación como un imperativo categórico. Aquello que coloca no es la urgencia de las impresiones, ni su riqueza, ni la violencia de los sentimientos. Es un orden.” Sartre, p.6). Ello explicaría, a la vez, la empresa de sus últimos días, consistente en la elaboración imposible del Livre, el poema universal a base de recortes sintácticos, palabras, escolios, colorarios distribuidos en un objeto de escritura – un libro que ya no contiene, por la naturaleza del material la expresión, sino que la rebasa (una excedencia de la que menciona Blanchot).
La lectura de su poética tiene – siguiendo este prefacio de Sartre – una decidida inclinación por el suicidio, la cancelación voluntaria que la poesía asume para salvaguardarse ella en el territorio de la letra. Niega entonces su posibilidad antológica – su inserción en el mundo, diremos – porque la poesía quiere ser ese acto que constituye mundo y lo organiza: “Negar es un acto. Todo acto debe insertarse en el tiempo y ejercerse sobre un contenido particular. El suicidio es un acto porque destruye efectivamente un ser y porque hace aparecer el mundo por medio de esa ausencia.” (Sartre, p. 10). A manera de encabezado para el primer cuarteto del soneto titulado Salud, Mallarmé inscribe la Nada (Rien), figura claudicante de todo aquello que es y que, desde la filosofía platónica se le identifica con lo ausente de los atributos y esencias por los cuales los entes pueden llegar a ser; la poesía comienza su discurso desde esta región de la ausencia (como dice Sartre, “el momento de la plenitud poética corresponde al de su anulación.”), y ello no es simplemente un acto gratuito, sino que obedece a su propia ley constructiva: sólo la ausencia (esa región de la nada) pueden crear una nueva poética por la cual la palabra se desprende de sus cargas y relaciones dominantes a la que se le inflinge. Entramos del reino de lo calculable, de la necesidad (valor de uso de la palabra) y lo evidente, a la gratuidad libre, el azar o el golpe de dados, como un Empédocles tratando de aunar las fuerzas de lo esfero y del kosmos en una misma tirada. Aún cuando Mallarmé sostenga la negación del azar (“La poesía niega el azar y lucha contra sí aboliendo el azar, porque tal abolición es simbólica; es del hombre”, p. 13), creemos que el poema parece concentrar él mismo su propia consistencia como poema, sin negar su pertenencia a una cadena significante más amplia; es en sí un objeto necesario – por ello debe abolir su azar – pero, a la recíproca, no pudiendo renunciar al universo del azar sólo le resta simbolizarlo. Por ello, este texto denominado simplemente como Poésies no es sino la simbolización del gesto poético mallarmeriano, una especie de reducción o pequeña escala de la tarea imposible de constituirse obra, es decir, la poesía sólo le pertenece a ella; ella sería ese recorte del mundo que no calza en él, por su exceso. Denuncia a la antología por su fraudulenta intención de querer decretarse como valor obra, cuando no existe poema alguno que lo sea; su medida o verdadera intención es constituirse bosquejo, como su inocente tarea (Hölderlin).
SANTA SIMPLICIDAD
(el perro de fuego)