martes, 1 de septiembre de 2009


EX LIBRIS

Stéphane Mallarmé: Poésies. Preface de Jean Paul Sartre. Éditions Gallimard, 1966. Pour la préface, Lucien Mazenod, 1952.


Salud.


Nada, esta espuma, versos vírgenes
Que no designan más que una copa
Tan lejana una bandada se nota
Muchas sirenas al revés

Navegamos, ¡Oh mis diversos
Amigos! Yo, sobre la popa
Y ustedes, en lo fastuosos de una copa
Flotan los rayos y los inviernos;

Una ebria belleza me lleva
Su vaivén, sin que lo tema
Lleva en pie este salud

Soledad, arrecife, estrella
No importa cuándo valen
El cuidadoso blanco de nuestra tela.


Generalmente, en el universo de las publicaciones poéticas, una antología no sólo constituye cierta especie de “cuenta saldada” que la cultura realiza ante el escritor, sino que también testifica acaso la cancelación o cierre de la poesía misma. En efecto, toda recopilación dice a sí misma que la tarea ha sido finalizada, que el anonimato del poeta, sus innovaciones y sus mayores aciertos en las letras son ya del dominio público; la anonimia se convierte en biografía documentada, las innovaciones pasan a constituir otro género de expresión poética, y los aciertos son objeto de imitación. En una palabra, el autor antologizado tiene ya – por derecho propio, como también puede ser inmerecido – su determinado espacio social.

Por parte baja, algo de envidia ha de darnos la literaria vida francesa, no sólo en su esteriotipado chiste de ser “cuna de la poesía universal”, sino que en los bienpensantes burgueses aún es el lugar de reconocimiento y pertenencia social (en ese sentido, Bles Gana o “La Fronda Aristocrática” son documentos para analizar). Y, deberíamos sentir esa envidia en mayor medida cuando comparamos nuestras ediciones poéticas de escritores chilenos, con las ediciones de lujo que realizan los franceses sobre los suyos – no todos de procedencia francesa, cabe subrayar. Envidia del papel, de su impresión, de sus datos, de las ilustraciones, de sus notas a pie realizadas por especialistas, etc.. Este caso no es excepción: la conocida editora Gallimard lanza estos pockets con obras sobresalientes de su poética y narrativa y, en el caso de Stéphane Mallarmé, su efecto es, por decirlo cautamente, “contradictorio”. No por las intenciones divulgadoras de esta poética (teniendo en cuenta que su obra, inscrita en el siglo XIX, claramente atiende la problemática de la crisis del pensar y poetizar que caracteriza a las vanguardias posteriores), sino por la no tan sencilla tarea imposible de una antología poética de Mallarmé. El lector profano puede pensar que aquí, una recopilación nunca constituye una medida adecuada sobre el escritor, puesto que siempre cabe la posibilidad de que se ausente un texto, una opinión, un testimonio, un suspiro por el cual sería más deleitable y completa su obra. Pero tampoco es aquí solución una “edición completa” de Mallarmé, pues su obra poética constituye en sí una resistencia destructiva de aquello que denominamos como obra, es decir, un conjunto homogéneo y sin fisuras listos a su publicidad. En otras palabras, la obra mallarmeriana no es un fin en sí misma, sino que es el medio o transporte que debe reflejar la imposibilidad misma de la obra, de su constitución convencional. El poema pasa de su categoría material al estatuto de una idea, pura forma de la expresión (“Si el poeta puede aislar un objeto poético del mundo, es porque ya está sumido en las exigencias de la Poesía; en una palabra, ha sido engendrada por ella. Mallarmé concibe siempre esta vocación como un imperativo categórico. Aquello que coloca no es la urgencia de las impresiones, ni su riqueza, ni la violencia de los sentimientos. Es un orden.” Sartre, p.6). Ello explicaría, a la vez, la empresa de sus últimos días, consistente en la elaboración imposible del Livre, el poema universal a base de recortes sintácticos, palabras, escolios, colorarios distribuidos en un objeto de escritura – un libro que ya no contiene, por la naturaleza del material la expresión, sino que la rebasa (una excedencia de la que menciona Blanchot).
La lectura de su poética tiene – siguiendo este prefacio de Sartre – una decidida inclinación por el suicidio, la cancelación voluntaria que la poesía asume para salvaguardarse ella en el territorio de la letra. Niega entonces su posibilidad antológica – su inserción en el mundo, diremos – porque la poesía quiere ser ese acto que constituye mundo y lo organiza: “Negar es un acto. Todo acto debe insertarse en el tiempo y ejercerse sobre un contenido particular. El suicidio es un acto porque destruye efectivamente un ser y porque hace aparecer el mundo por medio de esa ausencia.” (Sartre, p. 10). A manera de encabezado para el primer cuarteto del soneto titulado Salud, Mallarmé inscribe la Nada (Rien), figura claudicante de todo aquello que es y que, desde la filosofía platónica se le identifica con lo ausente de los atributos y esencias por los cuales los entes pueden llegar a ser; la poesía comienza su discurso desde esta región de la ausencia (como dice Sartre, “el momento de la plenitud poética corresponde al de su anulación.”), y ello no es simplemente un acto gratuito, sino que obedece a su propia ley constructiva: sólo la ausencia (esa región de la nada) pueden crear una nueva poética por la cual la palabra se desprende de sus cargas y relaciones dominantes a la que se le inflinge. Entramos del reino de lo calculable, de la necesidad (valor de uso de la palabra) y lo evidente, a la gratuidad libre, el azar o el golpe de dados, como un Empédocles tratando de aunar las fuerzas de lo esfero y del kosmos en una misma tirada. Aún cuando Mallarmé sostenga la negación del azar (“La poesía niega el azar y lucha contra sí aboliendo el azar, porque tal abolición es simbólica; es del hombre”, p. 13), creemos que el poema parece concentrar él mismo su propia consistencia como poema, sin negar su pertenencia a una cadena significante más amplia; es en sí un objeto necesario – por ello debe abolir su azar – pero, a la recíproca, no pudiendo renunciar al universo del azar sólo le resta simbolizarlo. Por ello, este texto denominado simplemente como Poésies no es sino la simbolización del gesto poético mallarmeriano, una especie de reducción o pequeña escala de la tarea imposible de constituirse obra, es decir, la poesía sólo le pertenece a ella; ella sería ese recorte del mundo que no calza en él, por su exceso. Denuncia a la antología por su fraudulenta intención de querer decretarse como valor obra, cuando no existe poema alguno que lo sea; su medida o verdadera intención es constituirse bosquejo, como su inocente tarea (Hölderlin).

1 comentario:

  1. Me queda la sensación de intuir en su poesía un poco como el recorte de una inmensidad remitida intensamente...
    Cariños!

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